LAS DOCE NOCHES SANTAS, FIESTA DE KOLIADA Y LAS CABAÑUELAS
Las Doce Noches Santas
● El período de Año Nuevo solía durar doce días, llamados las Doce Noches Santas, un día por cada mes, y se deducían presagios climáticos sobre el año entrante y, en general, sobre las suertes que nos depara el destino. Cuando el inicio de año es en Hiberdia, este período coincide con los días en que el sol parece detenerse más al sur sobre el horizonte, o sea en el solsticio hibernal. Columela refiere que durante los doce primeros días del año los agricultores especialmente piadosos se abstenían de trabajar la tierra y hasta el idus de enero (día 13) no retomaban las labores campestres. Es posible, dado que se cuenta por noches, y no por días, que en la duración del período duodenario de Año Nuevo influyera primitivamente el período creciente desde la luna nueva aparente hasta el plenilunio del primer mes. Otros piensan que surgiría de la diferencia entre los años solar y lunar, que en realidad es de 11 días. Lo más probable y evidente es la asociación con los doce meses del año, sin más.
● En los rituales de las Doce Noches Santas que preceden y siguen al Día de Año Nuevo, el tiempo queda abolido y se regresa al caos anterior a la creación del Mundo. En los cambios de año, se despide o expulsa al Año Viejo y se saluda o agrega el Año Nuevo. Los muertos retornan y se hacen contemporáneos de los vivos. Suelen venir en procesión a visitar a sus familias. Esta presencia de los muertos durante las Doce Noches Santas puede traer: el Bien, mediante la fertilización del campo, los animales y las personas; o el Mal, mediante la enfermedad y la muerte. Las fechas concretas en que ocurren son variables según cada cultura, pero casi siempre fueron en invierno, aunque a partir de los agricultores del Neolítico, se prefirieron los equinoccios, primaveral u otoñal.
– La relación de estos días con fantasmas y espectros podía contaminar a personas concretas. En Europa oriental los nacidos por estas fechas navideñas podían ser considerados portadores de poderes malignos, por la sencilla razón de que sus padres se habían saltado la abstinencia sexual de la Cuaresma previa (nueve meses antes), pero esto parece una racionalización de los clérigos, el motivo central sería la propia potencia indiscriminada del cambio de ciclo. A algunos de estos niños se les practicaba algún tipo de exorcismo o rito de limpieza para que el crío no se convirtiera en brujo, hombre-lobo o hechicero. Aunque también podía ocurrir lo contrario, que los recién nacidos fueron portadores de influencias benéficas y destacaran como curanderos, sabios o santos.
– En conjunto, se podría considerar al invierno como final del viejo año y período de gestación del año nuevo; ocurriendo en primavera el parto o resurgir de la natura. Durante los días inaugurales se cuenta el relato mítico sobre el comienzo y el desarrollo del mundo, los principios del ciclo anual se equiparan al momento inicial de la cosmogonía o creación del universo, tal como es conocido en cada cultura.
– Las Mascaradas de Invierno solían estar ligadas a las Doce Noches Santas, más tarde celebradas como tradición independiente, o se agregaron a otras fiestas de invierno, sobre todo al Carnaval, aunque en su origen estaban íntimamente imbricadas y formaban un mismo complejo festivo y ritual de renovación del tiempo, ejemplificado por el año. Durante las mascaradas se recorren las aldeas haciendo sonar los cencerros, se fustiga a la gente, se hacen comidas copiosas, los fuegos se apagan y vuelven a encenderse, se alude al erotismo y se provocan orgías, comienzan las iniciaciones juveniles, se disputan luchas rituales entre dos grupos adversos, se utiliza como símbolo algún animal (por ejemplo, el caballo) en cuanto psicopompo, o conductor al Otro Mundo.
– Las mascaradas se desarrollaron en principio en época invernal, y más en concreto, durante la Antigüedad Tardía y Bajo Medievo, ocurrían dentro de las Doce Noches Santas que van desde Navidad a Epifanía, y de modo señalado, los días 26, 27 y 28 de diciembre, festividades, respectivamente, de San Esteban, San Juan Evangelista y Santos Inocentes. Así lo marca el refranero zamorano: «Mes de diciembre, mes de sonsones (cencerros), mes de carochos y zangarrones». Y lo ratifica la documentación desde el siglo XV. La implantación de este ciclo también presenta muchas variantes, pues se han practicado las Doce Noches Santas en las fechas de inicio siguientes: Adviento (30 noviembre); Santa Lucía, como reza el refrán: «Santa Lucía, doce meses, doce días» (13 diciembre); Santo Tomás (21 diciembre); Primero de enero; Reyes Magos.
● La versión oficial cristianizada se proclamó en el Concilio de Tours de 567, desde la Noche de Navidad a la Noche de Reyes, pero como había trece días entre ambos, no quedó claro si era de 25 diciembre a 05 enero, o de 26 diciembre a 06 enero, así que se excluía de la cuenta el primero o el último. En Inglaterra fue muy sonada la Duodécima Noche, Twelfth Night, coincidente con la Noche de Reyes.
● En la tradición ortodoxa es el ciclo Dodekemeron, cuando aparecen los fantasmas griegos (kallikantzaroi) para después retornar a sus habituales cubículos subterráneos. En la Iglesia Ortodoxa rusa las Noches Santas se llaman Sviatki, celebradas según el calendario juliano, que corresponden en el gregoriano nuestro al periodo 07-19 enero. El nombre remite a Sviatovit, antiguo dios celeste eslavo, cuando se conmemoraba a las almas de los antepasados. El dios en la época pagana era representado con cuatro caras, orientadas a los cuatro puntos cardinales y su nombre estaba relacionado con la luz.
Fiesta de Koliada
● Por las mismas fechas navideñas, en los países eslavos se celebran, cristianizadas, las ceremonias que se realizaban en honor de Koliada o Koleda, un aspecto de la divinidad del Sol renaciente, que acabó personificando al solsticio de Hiberdia. El origen de su nombre no está claro, algunos creen que procede del latín calenda, a través del griego, otros autores estiman que deriva del eslavo kolo, «rueda», en alusión al sol.
– Se cantaban las koledo, cantos rituales dedicados a los deseos de prosperidad y fortuna, los jóvenes realizaban cuestaciones para preparar convites acompañados de una cabra, símbolo de abundancia, y se organizaban juegos alegres y proliferaban los disfraces. En Nochebuena y Año Nuevo las muchachas ejecutaban distintos métodos para adivinar el porvenir, en especial para saber quienes podrían ser sus novios.
– Koliada era imaginado como un dios niño, nacido en la noche más larga del año, que es capturado por la bruja de invierno y transformado en lobezno. Pero al llegar la primavera, el sol con fuerza juvenil se arranca la piel de lobo, la quema y sale radiante a recorrer el cielo en su carro. Curiosamente los romanos hablaban de los hombres-lobo como versipellis, «mudadores de piel».
● Parece ser que en su origen el inicio del ciclo de los Doce Días se determinaba con Hiberdia, el día estimado en que ocurría el solsticio de invierno. En los países eslavos occidentales la fiesta de Hiberdia se llamaba Bozhich, «Pequeño dios», más tarde asociado con Navidad. El nombre alude al nacimiento de un joven y nuevo dios del Sol durante la noche más larga del año. El viejo sol era identificado como Svarog y su hijo, el joven y nuevo sol, como Dazhbog. El nombre alternativo, tal vez el original, de este festival era Karachun, cuando el Dios Negro y los espíritus malignos alcanzaban su apogeo y mataban al Sol Viejo del año. La gente bailaba danzas en corro que procuraban el renacimiento del sol para el nuevo año. Se encendían hogueras, en recuerdo de los primitivos fuegos sagrados, que ardían durante los Doce Días Santos. Se organizaban comidas en los cementerios para que los muertos no pasaran frío, ni hambre, en esta encrucijada de los caminos del tiempo. Eran de rigor llevar disfraces y máscaras, ya fuera para imitar a los fantasmas de los muertos y otros espíritus malignos que regresaban, o para justo lo contrario, para confundirlos y evitar ser reconocidos, pues un contacto no buscado con alguno de ellos podía llegar a ser muy peligroso.
– En Rusia oriental todavía en el Medievo se adoraba a la diosa madre de invierno Rozhanitsa con ofrendas en Hiberdia de tejidos bordados en brillantes colores, y alimentos: miel, pan, queso.
Las cabañuelas
● La analogía entre el ciclo de los doce primeros días del año y los doce meses del año sustenta el uso predictivo de las cabañuelas, método fatuo según el cual el tiempo meteorológico que prevalece durante cada uno de estos días pronosticaba el de cada mes del año entrante. Por extensión, las predicciones se pueden ligar a cualquier cambio de ciclo (estación, mes solar, fase destacada de lunación, orto u ocaso de estrellas importantes), sobreviviendo al paso del tiempo. Aún se practican en España, los campesinos de las montañas vasco-navarras las llaman «levantar las témporas», «calandrias» (y otras palabras derivadas de calendas) o «canablas» en Aragón, tretzenades en Cataluña, etc. Los doce días podían ser trece según la manera inclusiva de contar, p. ej. en sueco, alemán y holandés.
● Las cabañuelas meteorológicas se han desplazado a otros períodos del año, o se han ampliado a 18 días (docena y media) o 24 (dos docenas). En España se trasladaron al mes de agosto, al parecer, como preámbulo al comienzo del año agrario otoñal, para prever las lluvias de la sementera. El nombre parece proceder de la fiesta judía de los Tabernáculos, más conocida como de las Cabañuelas, celebrada en el primer plenilunio de otoño. Sin embargo no se explica porque se realiza en pleno verano, y no en torno a Automdia (equinoccio de otoño), en septiembre u octubre. Quizá porque entre los romanos el mes de Agosto (Augusto) estaba relacionado con los augurios. En Cerdeña, septiembre se llama cabudanni, de caput anni, «cabeza de año». Aunque se hacen observaciones del témpero en otros días del año, por ejemplo: San Agustín (28 agosto), El Salvador o Transfiguración de Cristo (06 agosto), Conversión de San Pablo (25 enero), Santa Ana (26 julio).
– Para pronosticar el tiempo anual también se recurría a un método más breve. La noche del primer día de cómputo de las cabañuelas se partían cebollas y se vaciaban sus mitades hasta obtener doce cascos en forma de nuez, se alineaban y se les echaba una pizca de sal a cada uno. A la mañana siguiente se observaba el estado de la sal: si permanecía sólida augura un mes de sequía, si no aparecía por haberse disuelto en la humedad de la cebolla, presagiaba un mes lluvioso. A esto lo llamaban el calendario de la cebolla.
●Muchos tipos de adivinaciones populares eran más bien juegos y entretenimientos para divertirse, sobre todos entre jóvenes, como eran, por ejemplo, los métodos para saber que novio se iba a tener. Al fin y al cabo, necesitamos la oportunidad de pedir un destino mejor. Pero en otros casos, sobre todo cuando se acudía a consultar a «especialistas» en contemplar el futuro, el resultado podía acabar en verdaderas catástrofes. Todas las adivinaciones intentan calmar la angustia sobre el futuro, «lo que será», y sus métodos se soportan, pese a lo muy absurdos que sean, con tal de tener algún atisbo que nos indique un plan de acción para resolver los múltiples problemas que se nos presentan en la vida, cuando no encontramos ninguna solución, ni forma de resolverlos. En tiempos antiguos, labradores y ganaderos necesitan neutralizar los temores de que sus esfuerzos no sirvieran para nada, si una tormenta o una sequía se llevaba por delante sus cultivos o ganados. A falta de métodos más válidos, se conformaban con vanas especulaciones sobre fechas o estrellas para intentar neutralizar la angustia ante la ignorancia del porvenir. La mayoría de estos conocimientos o saberes populares sobre pronósticos meteorológicos a largo plazo no tienen base alguna en la que apoyarse. Cuando se cotejan los resultados de los pronósticos de las cabañuelas, se concluye que no superan las previsiones hechas al azar. Los propios meteorólogos, con sus métodos científicos, son sinceros y nos avisan que sus previsiones del témpero no son fiables más allá de 3 ó 4 días y siempre son cuestión de probabilidades.