FIESTAS DE LOCOS Y ÁNIMAS BENDITAS
Fiestas de locos y autoridades burlescas
– En España en el día de los Inocentes es costumbre gastar inocentadas o bromas, según el ingenio y el humor del gracioso. En un sentido más amplio el día de las inocentadas se celebraba con bromas y chanzas, típicas de la inversión de los valores sociales de las fiestas invernales. En la época romana estas diversiones aludían a «las libertades de Diciembre» de las Saturnales y a la muerte del Rey de Burlas.
– También las autoridades civiles y toda clase de colectivos (gremios, cofradías, etc.) elegían sus autoridades burlescas. Unas ordenes que repetían todos los años estos alcaldes burlescos era: «Se hace saber que nadie esté al sol ni a la sombra, ni dentro ni fuera de casa, ni andando ni estando parado, ni acostado ni erguido, bajo la pena de la ropa remezclada», decretos de imposible cumplimiento que provocaban multas abundantes que servían para preparar las comilonas colectivas. El Juan Pelotero de Calasparra (Murcia), que sale con la cara tiznada de negro, tiene la potestad de hacer cobrar todas las sanciones impuestas por motivos absurdos, aunque él al final acabe metido en una fuente. El grupo de los Enharinados (Enfarinats) de Ibi (Alicante) se vuelve en pugna contra la oposición, lanzándose harina, polvos y cohetes entre unos y otros. Batallas semejantes entre distintas peñas de vecinos abundan en otros pueblos. En Puebla de don Fadrique (Granada) los cascaborras armados con látigos piden limosna para las ánimas benditas y persiguen por las calles a quienes se niegan a pagar.
– En ambientes más rústicos estos festejos mantuvieron caracteres más primitivos, que aunque se adaptaron a las nuevas modas satíricas de las ciudades, conservaron su relación con las almas de los muertos y los espíritus del Año Viejo. Las compañías de locos organizaban cortejos callejeros, a menudo con carros, donde se parodiaba la vida social: juicios absurdos, decretos de imposible cumplimento, juegos humillantes, etc., personajes típicos eran el Rey de Cornudos y la Madre Loca. En la Inglaterra de influjo celta se elegía un Rey de Invierno o Señor del Malgobierno, desde la víspera de Todos los Santos a la Candelaria, es decir desde Samain a Imbolc.
– En Fuente Carreteros (Córdoba) en el día de los Locos, las comparsas salen cantando y bailando, dando grandes saltos. El día siguiente es el día del Oso, cuando un «loco» con disfraz ursino es paseado por toda la aldea, cantando, bailando la «danza de atar al oso», imitando los movimientos del animal y revolcándose por el suelo. Ya desaparecida, en Écija la compañía era de trece locos, doce mozos vestidos de blanco y otro disfrazado de «loca», que danzaban atronando con las castañuelas. De este tipo de comparsas surgieron también las pandas de verdiales, que en este día recorren los montes malagueños. Al principio eran conocidas como «parrandas de los tontos» dirigidas por el «caracola». Una parte de sus bailes incluye el hacer de «tonto» o «inocente». Todos estos grupos de campanilleros hacían cuestaciones para un banquete común al acabar la jornada. Como indica este nombre portaban campanillas, adorno de locos, alrededor de la cintura o colgadas del jubón, cuyo tintineo venía a ser un diminutivo de los cencerros. Muchos de estos locos de Inocentes están estrechamente emparentados con los botargas carnavalescos.
Las Ánimas Benditas
– En el mundo católico, la mayoría de estos grupos festivos rurales se ligaron a las cofradías de Ánimas Benditas, instauradas como una nueva forma del viejo culto a los espíritus de los antepasados. Aunque la idea de purificación de las almas de los difuntos es muy antigua, la tradición cristiana del culto de las Ánimas Benditas se concretó con la invención del Purgatorio, formalizado en 1254 y oficializado en 1437 en el Concilio de Florencia, un nuevo lugar en el Más Allá, forjado por los teólogos a partir de las creencias en las penas de purgación que las almas de los difuntos debían padecer por los males cometidos en el Más Acá, una especie de multa o castigo que permitía el peaje para lograr el definitivo paso al Paraíso Celestial, o mejor dicho, a la visión beatífica de la Gloria Divina. Esta idea tuvo varias implicaciones, por un lado, los vivos se consolaban mitigando el miedo sentido al pensar en el destino irreparable del infierno, si no actuaban todo lo bien que los rigores religiosos prescriben; por otra parte, sin necesidad de tratarlos directamente, ahora podían influir en la suerte de sus difuntos y mantener un vínculo con ellos, a través de misas, sufragios, indulgencias y obras de misericordia, para evitarles el sufrimiento y poder mandarlos a la gloria del paraíso celeste. Los clérigos, a cambio, se frotaban las manos al recibir suculentos estipendios extras por realizar tales tareas para facilitarles la salvación eterna.
– En la tradición popular, más que ayudarles a saltar a un mejor estado celestial, el culto de las Ánimas pretendía protegerse contra los viejos temores a fantasmas y aparecidos en general, para defenderse de los difuntos fallecidos de «mala muerte» en particular, y para evitar que incordiaran a los vivos con sus demandas espectrales. Los cofrades realizaban todo tipo de actividades que permitieran colectar dinero para el culto de las ánimas, que durante estos días de fin de año adoptaban un carácter jocoso. Como ocurre siempre, la ambivalencia rige las relaciones con los muertos: son bien recibidos durante un día específico dedicados a ellos, a condición de que se mantengan alejados el resto del año. Para suavizar los efectos de tan tristes visitas, la familia se encargaba de preparar varios ritos de acogida a tan peculiares huéspedes invisibles, consistentes en prepararles las camas para que durmieran junto a los vivos; o en cocinarles platos suculentos e invitarlos a la mesa, lo que parece ser una repetición simbólica de los antiguos banquetes funerarios. Muchas de estas creencias persistieron hasta el siglo XIX en ambientes rurales, por ejemplo en Isso (Hellín, Albacete) los danzantes de Ánimas bailaban, cantaban y tañían instrumentos en torno a la cama del moribundo, incluso tras su fallecimiento, con el fin de proporcionarle «un buen sitio en el cielo», pues así evitaban que el demonio persiguiera al alma en su escapada hacia las moradas celestiales, ya que la música actuaba de elemento que distraía, fascinaba o repelía a los demonios.
– En un nivel más prosaico las cofradías de Ánimas eran una especie de asociación mutua para asegurarse un entierro, una forma primitiva de compañía de seguros funerarios. Una de las muchas maneras de financiarse consistía en inventar formas burlescas de obtener dinero en el día de los Santos Inocentes: rifas de objetos inútiles, pagar para tener derecho a bailar con quien se quisiera, rescates por secuestros ficticios, aguinaldos forzosos, limosnas, etc. En ciertos pueblos era costumbre salir al atardecer sonando una campanilla o Esquila de Ánimas, para pedir por los difuntos del purgatorio, en especial los primeros viernes de cada mes.
– La ciudad de Adra (Almería) es famosa por su culto a la Ánimas Benditas, se dice que allí no hace falta despertador, simplemente pides a las almas del purgatorio que te despierten a la hora que quieras. Son frecuentes las leyendas de apariciones del Santo Entierro, procesión de difuntos, una especie de Santa Compaña al estilo andaluz.
San Abel
– Hoy, 28 diciembre (también 25 marzo y 30 julio), se conmemora a San Abel, hermano de Caín, otra víctima inocente, cuyo nombre de la raíz hebrea hbl, «suspiro, vaho», alude a su destino frágil o fugaz. En la Biblia es una personificación de los pastores nómadas, gratos a Yahvé, por oposición a los agricultores cananeos de Caín. Sin embargo los cainitas o kenitas eran grupos de metalúrgicos seminómadas procedentes del Sinaí.
– Una variante de Abel es Abelardo, nombre mixto con adición del sufijo germánico hard, «fuerte». San Abelardo (09 febrero), monje escocés del siglo VIII, viajó a Alemania donde regentó una cátedra de Sagrada Escritura en Tréveris y fundó un célebre monasterio en Ratisbona.
– Otro célebre portador de este nombre fue Pedro Abelardo, el mayor representante de la nueva filosofía racionalista medieval, famoso por sus amores con Eloísa, que le acabarían costando la castración física e intelectual, por los ataques de sus enemigos.