EMBLEMAS CLÁSICOS DEL AÑO ROMANO
Figuras del Año romano
● El Año romano se mostraba con las figuras de las estaciones, los meses del año y los signos del zodíaco. Las cuatro estaciones se representaban en una composición de ocho genios, en representación de los cuatro puntos solsticiales y equinocciales y los cuatro intermedios, colocados alrededor de un círculo que rodea a alguna alegoría central. Los meses del año se mostraban con la efigie del dios titular de cada mes, con preferencia por imágenes frontales, estáticas y en actitudes pasivas.
● Annus, Año, se representaba por un personaje regio que sostiene a Sol en una mano y a Luna en la otra; a su lado figuran símbolos de Día y Noche. En un círculo a su alrededor se hallan los 12 signos del Zodíaco o las labores de los 12 meses del año. La figura solía completarse con un esquema cuaternario de estaciones anuales, momentos del día, rumbos de vientos, etc.
– Los romanos lo llamaron Antiquus dierum, » Anciano de los Días», nombre que pasó al Medievo como Annus regens temporum. Ya en la Biblia se habla de Baal Shamin en la visión de Daniel: «Continué mirando hasta que pusieron unos tronos y un anciano se sentó». Parece tratarse de un dios de Ugarit figurado por un anciano, cuyo antecedente es el dios Baal Shamin de Tiro, traducido en la Vulgata latina como Antiquus Dierum.
● En algunas representaciones zodiacales, Annus aparece como un viejo vagabundo acuclillado, en medio de los signos de Géminis y Cáncer. Es una analogía del sol-sticio, «parada del sol». Después de correr desde el equinoccio, su marcha se enlentece hasta que se detiene en Estivadia. En ambientes populares se interpretó que en esa posición agachada, el Año descansa mientras defeca, antes de volver en sentido contrario, con la misma pauta de velocidad creciente en la cercanía del equinoccio, y luego vuelve a ir más lento hasta pararse entre Sagitario y Capricornio. Quizá de estas representaciones de la postura en cuclillas se copiaran las figuras de los cagones de los belenes de Navidad, cuyo representante más conocido es el caganer catalán, que alivia sus intestinos entre pastores, lavanderas, Reyes Magos, santos y ángeles. Como vemos se mezclan dos aspectos del recorrido del sol: el aparente sobre el horizonte, con cambios de velocidad en su recorrido; y el más uniforme desplazamiento respecto a las estrellas.
● En la Roma imperial tardía, las Cuatro Estaciones aparecen en los monumentos como geniecillos o niños alados con motivos propios de cada época del año, y entre variadas escenas predominan:
– Ver (Primavera): corona de flores en su cabeza, junto a un arbusto con capullos, y llevando de su mano un cabrito o una oveja.
– Aestas (Estío o verano): diadema de espigas de trigo, manojo de espigas en una mano, y en la otra una hoz. Acompañado de un león.
– Autumnus (Otoño): cornucopia con racimos de vid en sus manos, o sobre su cabeza una cesta con frutas. Acompañado de una pantera.
– Hiemis (Invierno): Árbol sin hojas, algunas frutas secas en una mano, y en la otra varias aves acuáticas.
Figuras clásicas del año
● La Divinidad suprema de cada cultura, ya sea creadora o simplemente implantadora, también es responsable del tiempo y sus ciclos. Así ya desde mediados del III milenio a.C., ‘El’, dios principal de Ugarit, recibía el epíteto de «Padre de los Años» o del tiempo. Al final de la época clásica, con el desarrollo de los cultos mistéricos, se retomaron o fusionaron algunos dioses para designar distintos conceptos abstractos o filosóficos ligados a especulaciones sobre la superación del tiempo: eternidad, perpetuidad, etc. En la Antigüedad tardía se encuentran dos conceptos con diversas representaciones de la idea del Tiempo.
● La primera es Kairós, Oportunidad u Ocasión, el momento breve, adecuado y decisivo que marca un punto crucial en el desarrollo de una vida humana o del universo. La Oportunidad se representaba por un joven desnudo en movimiento fluido, pues lleva alas en hombros y tobillos. Sus atributos eran la balanza en equilibrio sobre el filo de un cuchillo y una cabeza calva con un mechón de pelo, por el cual se la puede atrapar y así no dejamos escapar la Oportunidad. De ahí provienen los dichos: «La Ocasión la pintan calva» y «Lo pille por los pelos». En el Medievo la «ocasión apropiada» se mezcló con la idea de fortuna. Sin embargo, anteriormente en la mitología griega Kairós fue un dios del clima a lo largo de las estaciones del año.
● El segundo tipo de personificación del Tiempo enlaza con la idea del tiempo cíclico, representado por Día (+noche) y Año, que se encarnó en dioses regios portadores del cetro, con dominio sobre el tiempo y rectores del calendario. Casi todas estas figuras, relacionadas entre sí, son de origen persa, aunque elaboradas en el crisol del sincretismo helenístico y tuvieron éxito en ambientes gnósticos.
– Eón o Aión (griego Aión), pariente del latín aevum, «evo, edad», dios que concede la eternidad, y cuyo emblema es el escudo circular, dividido según un esquema cuaternario o duodenario zodiacal. En la práctica el sentido más habitual de «eón» fue, sin embargo, el de «ciclo». En su origen estuvo ligado a la idea del cultivo anual de los campos, pues solía aparecer acompañando a Diosas de Tierra (Tellus, Cibeles). En Roma, Eón se tradujo primero por Aeternitas (Eternidad), pero como estos conceptos abstractos son vaporosos, se prefirió transferirlo con Saeculum (Siglo), en el sentido de un periodo largo de duración indeterminada.
– Se solía representar como un joven desnudo, y a veces como anciano vestido. Según un poeta griego: «Se libra de la carga de la edad, así como la serpiente se libra de los inútiles anillos de escamas, rejuveneciendo cuando se lava en la corriente de las leyes del tiempo». En varios pasajes evangélicos se utiliza la expresión «hasta el fin del Eón», traducida como «fin de los tiempos». El obispo Epifanio (403) escribió que el 06 enero se celebraba en Alejandría el nacimiento de Eón de la virgen Core.
– Siglo Fructificador (Saeculum Frugiferum) caracterizado por aportar el Cuerno de Abundancia, siempre acompañado de Sol y Luna, Día y Noche.
– Leontocéfalo, figura desnuda con cabeza de león, a menudo se encuentra en los templos de Mitra, en su advocación de Saxígeno, «Nacido de la Roca». Está entrelazado por una serpiente, cuya cabeza descansa sobre la testa felina. La boca del león abierta da la impresión horrible del tiempo destructor o del destino inexorable. Se representa con cuatro alas, con los símbolos de las cuatro estaciones; dos llaves, de ambos solsticios o de las dos Puertas del Cielo; un rayo grabado en el pecho; y un cetro en la mano, pues rige el Eje del Mundo. La figura está de pie sobre un globo inscrito con una cruz diagonal (eclíptica y ecuador). Al parecer el icono deriva de Ahriman, una figura de las Tinieblas en el panteón de Zoroastro, quizá referido al Caos previo a la aparición del Espacio-Tiempo, o a la desaparición final del Universo, y así ciclo tras ciclo. Se dijo que las abundantes constelaciones de sierpes celestes (Draco, Ofiuco, Hidra) eran fragmentos del gigantesco ofidio.
– También anillado por un enroscamiento serpentino está el dios órfico Fanes (Resplandeciente) o Protógono (Primer creado) un bello joven alado, rodeado por el zodíaco y equipado con atributos de poder cósmico, que despliega desde una gruta llamada Santuario Nocturno, en referencia al cielo estrellado. El camino del sol sobre la eclíptica indica la relación entre Mitra y Zurvan Akarana, el dios persa del «Tiempo Ilimitado», que antes de convertirse en un concepto intelectualizado fue un dios celeste del destino, y más tarde le adjudicaron la paternidad de una variante del dualismo opositor típico de los iranios, que divide el mundo en dos aspectos irreconciliables y excluyentes.
– Los gnósticos incluyeron el calendario en sus especulaciones metafísicas y lo tuvieron en cuenta como sistema mnemotécnico al estilo de los Palacios de la Memoria y de los esquemas de los temas de meditación, semejante a los mandalas del budismo tántrico. En el enrevesado sistema gnóstico las emanaciones cíclicas se distribuyen según tétradas (cuatro estaciones), dodécadas (doce meses) y treintenas (días del mes), es decir según el orden del calendario. El nombre de la divinidad Abraxas consta de siete letras, cuya suma de los valores numéricos es 365. Este dios de la secta gnóstica basilidiana aparece con cabeza de gallo y piernas de serpiente.
● Muchas de estas especulaciones se incluyeron en algunos espectáculos de juegos (ludi), cuyo origen primitivo surgió de rituales. Como ejemplo: las carreras de cuadrigas romanas se relacionaron con el recorrido de Sol por el Cielo. El circo tenía doce puertas (meses), competían cuatro equipos (Blanco-invierno, Verde-primavera, Rojo-verano, Azul-otoño), la carrera constaba de siete vueltas (cielos planetarios).
EL TIEMPO DEVORADOR
Autodevoradores (Uróboros)
– La serpiente, por su movimiento y su capacidad de mudar de piel, ha servido universalmente para expresar los grandes ciclos del tiempo y la regeneración periódica. Muy conocida es el Uróboro (ouroboros), serpiente que se muerde la cola, con la leyenda: «Mi principio es mi fin». En Egipto era Mehen, la serpiente enrollada que protegía la cabina de la barca de Ra en su viaje nocturno. En los mitos escandinavos la sierpe Jormundgander, más bien un enorme gusano, quiso rodear el mundo y lo atrapó encinchándolo al morder su propia cola. En la alquimia fue muy figurado, significando las infinitas transformaciones de la materia, con sus respectivos ciclos de construcción y destrucción, o mejor de destilación y condensación. Las ideas sobre el eterno retorno de los ciclos son ambivalentes, pues pueden significar que siempre cabe esperar una nueva oportunidad de renovarse, o por el contrario, que a pesar de un intenso esfuerzo por mantener un estado, nada permanece y todo cambia ineludiblemente. Por eso se decía que lo mejor es flotar y nadar con el flujo de la corriente, admitir el cambio y aprovechar las ocasiones. Una variante de la serpiente circular es la anfisbena, culebra de dos cabezas, cada una en un extremo de su cuerpo.
Andrófagos: Devoradores de hombres
– Los animales andrófagos (lobo, león, ballena) al devorar a sus víctimas les transfieren su poder vital, y las transforman para permitirles el tránsito al otro mundo, mediante una muerte simbólica, donde el tiempo desaparece y mientras están allí tiene dos opciones: mantenerse hasta su posterior salida una vez cumplido su cometido, a menudo vivido como un renacimiento; o desaparecer en el vacío, según unos, o en permanecer en distintos mundos, ya sean: infierno, purgatorio, paraíso o en cual otro tipo de sitios del Más Allá que podamos imaginar. Un ejemplo es el viaje bíblico de Jonás en el interior de una ballena. (Fig. Devorador de Arlanzón). En otras ocasiones la devoración es accidental, aunque suele estar predispuesta por habernos metido «en la boca del lobo». Suele ocurrir en los cuentos cuando los niños devorados tienen que ser rescatados del interior del monstruo que los ha tragado. A veces el animal devorador se come a otro animal, una alegoría de los humanos pecadores. El tema tuvo mucho arraigo en el Arte Románico y es frecuente en canecillos, capiteles, portadas, etc.