ORIGEN DEL CARNAVAL
● La palabra Carnaval procede del italiano carnevale, derivada de carne levare, atestiguada en torno al año 1000, que alude a la idea de «abandono de la carne», en referencia a la Cuaresma que le sigue, periodo de ayuno. La palabra no se generalizó en castellano hasta el siglo XVIII, pues en España la forma antigua, que aparece desde los mozárabes, era Carnestolendas, Carnestoltes en Cataluña, con la misma idea de «privarse de carne»; Carnal se documenta desde el siglo XIV. En el noroeste predominó Antruejo y sus variantes, procedente de Introitus, por ser la «entrada» de la Cuaresma, a veces se utilizó para designar sólo al Martes Gordo, anterior al Miércoles de Ceniza. En griego, carnaval es apokreos, «no comer carne».
– Es muy poco probable que carnaval provenga de currus navalis, «carro naval», por la presencia de efigies de barcos en las fiestas de Isis en Roma, aunque también se sacaba en procesión una nave en las fiestas germánicas y en las dionisíacas. De estas últimas, que rememoraban el cortejo de Baco, es posible que proceda la medieval «Nave de los Locos» (Stultifera navis). Pero su presencia es mucho más antigua, los barcos rituales están representados ya desde el Neolítico. En el Renacimiento el tema pasa a la literatura alegórica con un sentido moral sobre el viaje de la necedad y la locura en busca de la razón y la salud, o en otros casos como crítica social.
● El Carnaval es un verdadero palimpsesto festivo, con detalles que se remontan al Paleolítico y ha recogido elementos del mundo agrícola neolítico, pasando por las civilizaciones del Bronce hasta la época clásica del Hierro. La llegada del cristianismo arrinconó muchas de los rituales invernales que se fueron agrupando en el tiempo previo a la Cuaresma, pero que vienen apareciendo desde el inicio del invierno. Las prohibiciones eclesiásticas que aparecen en el II Concilio de Braga (572), Penitencial de Silos (fines del siglo XI), entre otros, ratifican desde la Antigüedad tardía y el Alto Medievo la continuidad de disfraces de animales, travestismo festivo, danzas de enmascarados, etc., en todos estos festejos invernales. Hay que deslindar las diferentes «mascaradas de invierno» celebradas a lo largo del invierno, con dos épocas predominantes: 1) las que se mantienen en ambientes rústicos como fiestas independientes en fechas cercanas al ciclo navideño de inicios del invierno astronómico, y 2) las que se refugiaron en el Carnaval, con el comienzo del auge de las ciudades, a mitad de invierno, como parte de los jolgorios pre-cuaresmales. Por eso, cualquiera que fuera el origen de los retazos que se imbrican en el Carnaval, tal como hoy lo conocemos, es una innovación de los burgos medievales. Su época dorada es el Bajo Medievo, cuando alrededor del Carnaval cristalizaron diversos estratos culturales festivos en un desarrollo que no llegó a cuajar del todo. Los viejos rituales rústicos pasan a las ciudades y se impregnan del ambiente de los mercados callejeros y los gremios profesionales, donde lo grotesco y la burla social predominan sobre los anticuados exorcismos y purificaciones para alejar el miedo a los males, y propiciar las esperanzas campestres de renovación de la fecundidad de la natura. Las antiquísimas mascaradas permanecieron como el núcleo duro de las fiestas carnavalescas, pero con nuevos significados.
– En la Edad Media las primeras referencias oficiales a estas festividades aparecen en Mirabilia Urbis Romae («Maravillas de la ciudad de Roma», 1142), donde se citan cuatro antiguas fiestas paganas: los Juegos Romanos comunes de las Calendas de Enero (01 enero); Ludus carnelevarii o abandono de la carne (Domingo de carnaval); Laudes in medio puerorum Quadragesima (Medio del carnaval) y Cornomania (Domingo in albis, o de Quasimodo, primero después de Pascua de Resurrección). En 1264 el papa Urbano IV autorizó que se celebraran fiestas religiosas con disfraces alegóricos al triunfo del bien sobre el mal, lo cual permitió que se institucionalizaran las fiestas de San Sebastián (20 enero) y la Candelaria (02 febrero), para lograr un mayor control eclesiástico en las mascaradas populares. Durante el Martes Gordo, víspera del Miércoles de Ceniza, se comía la última carne permitida antes del ayuno, la grasa sobrante se guardaba para preparar diversas frituras. Se extiende la idea de la disputa entre Don Carnal y Doña Cuaresma, presente en el «Libro del Buen Amor» (1330) de Juan Ruiz, arcipreste de Hita.
– A partir del Renacimiento comienza su decadencia, las nuevas corrientes racionalistas toleran mal este dispendio y locura temporal. Tanto protestantes como católicos promueven una ofensiva civil en gran escala contra todas las costumbres carnavalescas. A partir del siglo XVIII se intenta convertirla en una fiesta de bailes de disfraces en salones y casinos, y cabalgatas artísticas en las calles. En los tiempos actuales, como el resto de las fiestas, el estado burocrático las soporta como simple espectáculo del negocio cultural, «relleno lúdico del ocio productivo» y fomentador del turismo, o, como mucho, se destaca el valor social de una supuesta subversión y transgresión festiva de las normas sociales, la expansión lúdica que mezcla todos los opuestos, y temas semejantes.
● El Carnaval tradicional constaba de muchos elementos, variables según épocas y lugares, pero que mantenía cierta unidad en toda Europa. Antiguas fiestas de Año Nuevo, con la renovación que supone la despedida del invierno climático y la propiciación del crecimiento primaveral. Recordemos que los antiguos calendarios de romanos y griegos comenzaban entre fin de invierno y comienzo de primavera. El Carnaval recoge elementos de muchas fiestas de invierno como las Saturnales, Lupercales y Mamurales romanas, las diversas Dionisíacas griegas y trazas de los ámbitos celta, germánico y eslavo, por eso en muchos sitios venía precedido de festejos similares, ya desde el final de la Navidad. Es una adaptación de las mascaradas rurales a las nuevas necesidades de la burguesía, por eso en el campo se conservaron mejor las tradiciones precedentes, aunque se perdió todo atisbo de sus orígenes y en las ciudades van evolucionando con las «modas modernas».
● El drama del Carnaval estaba siempre asociado a este periodo terminal del tiempo, cuando todo se acaba y un ciclo llega a su fin. La fiesta agraria invernal era en Europa un momento de descanso del acontecer regular del tiempo, antes de su renovación, un momento de reflexión sobre la vida y la muerte y los lazos misteriosos que enlazan comienzos y finales. Se celebraban unas fiestas de alegría y confusión en la que se daba una inversión ritual de los valores, para mejor conservarlos. La expulsión de los males y la restauración del orden es el motivo principal de los ritos carnavalescos. Ninguna ordenación de la realidad se mantiene estable si periódicamente no se purifica. El paso al caos forma parte del orden, pues nada persiste constante y todo tiene que renovarse.
– Pero ya en el mundo moderno, cuando se pierde el antiguo sentido, a menudo en épocas conflictivas, la inversión se convierte en rebeldía y los motines acaban en verdaderas revueltas o revoluciones. Cuando las tensiones sociales se acentúan, la fiesta puede ser un detonante que haga aflorar verdaderos estallidos de quejas, rencores y venganzas.
● En la distribución cristiana del año, el Carnaval quedó ligado al ciclo lunar de Pascua, de manera que la semana central del Carnaval, desde Jueves Lardero a Martes Gordo, viene a coincidir con el cuarto menguante de la luna de mitad del invierno astronómico y los tres últimos días gordos ocurren en luna vieja o oscura (invisible), con luna nueva hacia el Miércoles de Ceniza.
– En la tradición popular medieval se advierte un intento de regular todo un ciclo festivo que no llegó a consolidarse. El esquema hipotético que sigue, pudo estar marcado por los cuatro cuartos de esta lunación de pleno invierno, culminando en novilunio, que iremos recorriendo en otros artículos:
· Luna creciente: Jueves de Compadres (Agresión) – Domingo Harinero (Septuagésima)
· Luna llena: Jueves de Comadres (Erotismo) – Domingo Corredor (Sexagésima)
· Luna menguante: Jueves Lardero o Gordo (Gastronomía) – DOMINGO DE CARNAVAL (Quincuagésima)
· Luna nueva: MARTES GORDO (Máscara y disfraz) – Fin del Carnaval
· Domingo de Piñata (Cuadragésima o 1º Domingo de Cuaresma)
● «De Navidad a Carnaval siete semanas van», refrán quizá relacionado con la idea de Media-estación invernal y su semejanza con una lunación y media (45 días). Si suponemos que la primera luna llena viene a coincidir con la cercanía del solsticio de invierno, el Martes Gordo queda a fines de la segunda luna de invierno (15+30), a primeros de febrero. Para llegar al equinoccio de primavera quedan otra tercera luna y la mitad de la cuarta (30+15), con luna llena a fines de marzo. En total las tres lunaciones de invierno, o como en el caso anterior dos completas y dos medias, abarcan unas 13 semanas y unos 90 días. Ya que el invierno astronómico coincide actualmente con el tramo más cercano del recorrido de las tierra alrededor del sol consta de 89 días.