LLUVIAS DE ESTRELLAS FUGACES Y METEORITOS
Lluvias de estrellas fugaces o meteoroides
● Hoy, 12 agosto, suele ser el día de más intensidad de la lluvia de estrellas fugaces Perseidas, las «Lágrimas de San Lorenzo«, santo festejado anteayer (10 agosto), con tasa de 100/hora y con velocidades muy rápidas. Son las más conocidas por darse en estas noches estivales, aunque sea la tercera en su tasa o frecuencia de aparición. Curiosamente Perseo fue engendrado por Dánae a partir de una lluvia de estrellas, forma que adoptó el mismísimo dios Zeus para dejarla embarazada.
● Las lluvias de estrellas fugaces (que ni son lluvias, ni son estrellas, pero si fugaces) surgen a partir de enjambres de meteoroides o gránulos (de menos de un milímetro), que al contactar con la atmósfera terrestre a altas velocidades se vaporizan y se vuelven incandescentes, a una altura de unos 100 kilómetros. La estela de luz, de escasos segundos de duración, es llamado meteoro o «estrella fugaz». Dichas estelas pueden ser de distintos colores dependiendo de los componentes químicos de la gránulos.
– Los meteoroides pueden ser: 1) esporádicos y aislados, debido al contacto con la atmósfera de polvo cósmico disperso; o, 2) bien presentarse agrupados en «lluvia de estrellas» alrededor de algunas fechas anuales, debido a su origen en cúmulos de polvo y hielo dejadas por el paso de los cometas, cuando la órbita terrestre cruza dichos rastros o «tubos meteóricos». Por eso los meteoros parecen surgir de un mismo centro o punto radiante, aunque los vemos dispersos, sus trayectorias apuntan a dicho origen. Los rastros del paso de cometas pueden durar varios miles de años. Las lluvias de estrellas fugaces toman su nombre de la constelación o estrella donde parece estar el radiante.
– La frecuencia o tasa, número de estrellas fugaces que se pueden ver en una hora, en el sitio en el que el radiante coincide con el cénit, es muy variable según los distintos autores, y en todo caso se dan para las mejores condiciones de observación, por lo que siempre son menos espectaculares de lo esperado. Se observan mejor al final de la noche, sin luna.
– Las cuatro más abundantes son:
Nombre Constelación Máxima visibilidad Tasa horaria cenital
Cuadrántidas Dragón 03 enero 120
Gemínidas Gemelos 13 diciembre 120
Perseidas Perseo 12 agosto 100
η-Acuáridas Acuario 04 mayo 50
– En ocasiones la extensión de polvo no es uniforme a través del tubo meteórico y se condensa en en algunos tramos, de manera que provocan lluvia de estrellas sólo en algunos años. Así las Leónidas ocurren cada 33 años y suelen ser espectaculares. Aparte de los enjambres o «lluvias», las estrellas fugaces solitarias son más abundantes en otoño, por eso en muchos lugares se creía que su presencia era augurio de buena vendimia.
● La visión de una estrella fugaz es uno de los pocos fenómenos celestes con tradición propia: al verla y antes que desaparezca se le puede pedir un deseo y seguro que se cumplirá. Se cree que esta superstición proviene de los tiempos en que el cielo se estimaba sólido, la «bóveda» celeste se imaginaba firme, de ahí «firmamento», y cuando caía una estrella fugaz era señal de buena suerte por ser un destello de luz en medio de la oscuridad, como si el cielo espiritual se hubiera abierto por un momento y nuestros deseos pudieran llegar con facilidad al Dios Altísimo, que por lo demás se ocupa poco de los humanos.
– En otros casos se creía que el centelleo del meteorito era un espíritu celeste que deseaba volver a la tierra para reencarnarse, pero otros con mentes más tétricas imaginaban que eran gusanos chupasangres provocadores de enfermedades y epidemias, lo cual nos acerca a los cometas. Lo más habitual era creer que son almas errantes de muertos que vagan para encontrar su destino definitivo, ya sea el cielo o el infierno.
Meteoritos y «Piedras Negras»
● Si una simple estrella fugaz provoca admiración, mucho más potente era el sorprendente efecto de la caída de rocas procedentes del mundo superior sideral que venían cargadas de toda la excelencia del Cielo. Las partículas que dan lugar a las estrellas fugaces viene a ser del tamaño de menos un grano de arroz. Si son más grandes, hasta el tamaño de una nuez, se llaman bólidos, que causan meteoros de brillo semejante al de Venus y más duraderos. Si son un poco más grandes, del tamaño de una manzana o más, se habla de «bola de fuego», tan luminosa como la luna llena. Bólidos y bolas de fuego pueden venir acompañados de estampidos sónicos y explosiones, además algunos trozos o fragmentos pueden llegar a impactar sobre la superficie terrestre, entonces se denominan meteoritos o aerolitos.
– Aunque los científicos discrepan en sus cálculos, se estima que cada año la Tierra recibe 100 toneladas de materia celeste, la inmensa mayoría en forma de polvo de meteoroides, y de vez en cuando de algún meteorito. Los astrónomos calculan que nos circundan unos 900 asteroides con diámetros superiores a un kilómetro, y existen muchos más de tamaño menor. Al fin y al cabo la Tierra se formó por aposición y amalgama de meteoritos. Aunque algunos de ellos podrían ser potencialmente peligrosos no se cree que haya peligro, ¡¿por ahora?!.
● Estas piedras negras han jugado un importante papel simbólico en algunos lugares y épocas, llegando a ser sacralizados. La caída de «piedras del cielo» o «estrellas caídas», a pesar de su rareza, siempre impresionaron por su luz intensa y ruidos silbantes. Las figuras negras eran consideradas manifestaciones del poder (cratofanías) de la Gran Diosa Madre del Cielo nocturno, con su oscuridad ligeramente iluminada por Luna y las estrellas. Los ejemplos más conocidos son: Piedra Negra de Pesinunte, ligada al culto de Cibeles; Piedra Negra de Emesa, actual Homs de Siria; la usada para la estatua de Artemisa de Éfeso en su maravilloso templo; y la Piedra Negra de la esquina oriental de la Kaaba en el centro de la Gran Mezquita de La Meca, cuyo culto es de origen preislámico, y ya los nabateos peregrinaban a este santuario, que al parecer estaba asociado con la diosa Allat.
– En muchos casos se colocaron betilos de piedra negra, que no eran meteoritos, pero con el mismo significado de materia celeste, como la columna del frontón de la Puerta de los Leones de Micenas o el «ombligo» del santuario de Delfos. Fueran o no auténticos meteoritos y a veces no negros, sino de colores oscuros, estos cultos a las piedras «negras» estuvo muy extendido entre: minoicos; fenicios, en el culto a Astarté y su sucesora la Afrodita de Chipre; árabes preislámicos; norte de África; en las capillas de la «Señora de las Turquesas» del Sinaí con forma de conos de piedra arenisca negra. Los meteoritos metálicos también se usaron como joyas y armas, una daga de hierro meteórico se encontró en la tumba de Tutankamón. Se cree que el desarrollo de la metalurgia del hierro surgió entre los hititas hacia el 1500 a.C. a partir de hierro fundido de meteoritos caídos a tierra. El hierro fue llamado en esa época, por diversas culturas del Próximo Oriente, con los nombres de: fuego del cielo (hititas y sumerios), trueno del cielo (egipcios), metal del cielo (asirios). Después se descubrió que se podía extraer de yacimientos de minerales terrestres.